Actividad 2 de "Espacio el girasol": Narrativa o poesía erótica

El tapiz

Altagracia entró a la feria el último día de las exposiciones. Caminaba distraída viendo con atención la variedad de productos extranjeros que estaban en venta. Había pasado el tiempo sin que se diera cuenta y en un determinado momento se percató de que la hora de cierre se acercaba al observar que en los puestos donde ya no había mucha afluencia de clientes, estaban guardando las mercancías; así pues, decidió buscar a su alrededor algún puesto de su interés para acelerar el paso y alcanzarlo antes del cierre. Vio con entusiasmo una venta de tapices que estaba justo frente a ella.

 

Era un gran espacio bellamente decorado y en la pared del fondo colgaba un enorme tapiz con motivos orientales que captaron inmediatamente su atención. Al llegar no vio a ningún vendedor. Esperó unos breves segundos y decidió acercarse despacio hasta el tapiz para observarlo mejor. Sintió una agradable sensación en ese lugar. Era cálido, acogedor y estaba impregnado de un exótico aroma que le agradó inmediatamente.

 

Como si estuviera hechizada, permaneció enhiesta frente al tapiz durante un rato indeterminado. Observaba sus múltiples detalles con fascinación como la obra inexpugnable que era. En los meandros del río que atravesaba el paisaje, surgían caseríos, siembras y algunos animales. Más arriba, en cambio, se transformaban en tierras hiperbóreas, retando a la imaginación del que, como ella, observa estupefaciente los contrastes. De pronto, Altagracia volvió a la realidad cuando sintió una presencia a sus espaldas y comprendió que se había sumido en una profunda concentración. Volteó un poco avergonzada y se encontró con la clara mirada del vendedor.

 

Aunando las energías que había dejado regadas sobre el tapiz, trató de disimular la turbación que le causó aquella mirada masculina. Ambos se veían con interés. Había surgido un repentino magnetismo entre ellos y allí, como si estuvieran paralizados, en realidad medraba en el interior de cada uno, un inconfesable deseo. Con la piel erizada y sin poder articular palabra, Altagracia veía con enorme complacencia que aquel hombre, visiblemente turbado, se le acercaba con delicadeza. Quedaron tan cerca que podían escucharse las respiraciones agitadas de cada uno y así frente a frente, permanecieron breves segundos hasta que, la voz grave de él, rompió el silencio cuando le preguntó en qué podía ayudarla.

 

Lo que Altagracia quería era seguir allí, muy cerca, sintiendo el calor de aquel cuerpo musculoso y fuerte. Sin hablar, lo único que atinó hacer fue un gesto impreciso con la cabeza. No asentía ni negaba y el hombre, que estaba tan excitado como ella, le sonrió y extendió su brazo alcanzándole el hombro con delicadeza. Ella sintió que una corriente agradable y desconocida le atravesaba el cuerpo. Se dejó acariciar.

 

El olor que desprendía su cuerpo le resultaba tan delicioso como desconocido, la invitaba a participar de aquellas caricias que, a pesar de su suavidad, iban cargadas de una enorme potencia sensorial. La mano de él, alcanzó la suya y con un leve movimiento le sugirió seguirlo a un lado donde, detrás de las cortinas, quedaban aislados temporalmente del mundo. Y allí, con un movimiento firme y envolvente, la abrazo y poco a poco sus labios buscaron cada rincón de Altagracia que, entregada al placer, yacía húmeda en los brazos de aquel desconocido.


Como salido de las feraces llanuras del tapiz, el campesino experto exploraba el cuerpo de Altagracia que se había convertido en el coadjutor perfecto del experimento sensorial que compartían. Roces, suspiros, quejidos y aquellas acciones que veleidosas se convertían en desesperada impaciencia ante el deseo. Revelándose a las normas, ambos fueron a más y más y más, llegando a conocer todos sus rincones, texturas y olores.

 

La feria se despidió cuando Altagracia se alejaba, asaz satisfecha.

 

 



Ana María Rotundo

13 de enero de 2024

unsplash