Villa Hermosa

Caía la tarde cuando los hombres salieron de Villa Hermosa. Sobre sus hombros llevaban cargados los últimos troncos de los jobos, que, otrora frondosos, ocupaban gran parte del bello jardín de la casa. Como único vestigio del que fuera un vergel, se conservó en una de las esquinas, un pequeño y florido guayabo.

Eloisa llegó a Villa Hermosa cuando el camión partía. Reconoció su carga con tristeza y apuró el paso. Ya en el patio, permaneció un rato inmóvil dejando que su mirada lo recorriera y se detuvo allí, en la esquina donde el guayabo, solito bajo el farol, se mecía suavemente con la brisa vespertina. Aspiró profundo su agradable e inconfundible aroma y, ensimismada, fue reviviendo las transformaciones de aquel espacio; desde el vaciado de cemento sobre el verde kikuyo, pasando por la extracción de los arbustos que bordeaban los muros, hasta esta última, sin duda la más extrema y dolorosa.

⎯Hola, hermanita, te hacía en el trabajo.

⎯¡Cristian, que sorpresa! ⎯se volteó sobresaltada⎯ Vine a buscar a mamá, la llevaré a misa. ¿Y tú? También te hacía en la oficina.

⎯Papá me llamó. Vine a supervisar el trabajo de los jardineros. Ya me voy. Debo regresar a la oficina.

⎯Lo que deberías es tomarte unas vacaciones. ¡Trabajas mucho!

⎯Bueno, bueno, mira quién habla ⎯soltó una carcajada y se acercó para abrazarla⎯

Sonreída lo vio alejarse hasta que lo perdió de vista y de nuevo fijó su mirada en el patio. Su pensamiento se trasladó a otra época; vio las hamacas amarradas a los gruesos troncos de los jobos, donde ambos, bajo la sombra de sus ramas jugaban a los exploradores. Regresó al presente bruscamente cuando sintió el sonido inconfundible de unos tacones. Era Helena que se acercaba apurada.

⎯¡Hija, te estaba buscando! Pensé que me esperarías en la sala.

⎯¿Percibes el rico olor del guayabo? ¡Quedó tan solito! Debe sentirse muy triste.

⎯¡Ay, Eloisa! ¿Qué cosas dices? Los árboles no sienten. Lo importante es que ahora tendremos tres casas en vez de una.

⎯Pero mamá, ustedes no necesitan tres casas.

⎯¡Claro que sí!. Ángela y Luis van a tener una casa mientras arrancan.

⎯¡Qué absurdo, mamá! Ellos ya la tienen. Viven acá con ustedes, ¿no?. ¿Qué les impide arrancar?. Cristian y yo lo hicimos partiendo de la misma base.

⎯¡Ustedes son diferentes!

⎯¡Todas las personas somos diferentes! No entiendo a qué te refieres

⎯Lo que quiero decir es que ustedes han sido siempre autónomos.

⎯Siempre no, mamá. El esfuerzo ha sido constante. Redujimos el descanso, trabajamos más horas, nos endeudamos, sacrificamos paseos, dejamos de comprarnos cosas que nos hubiera gustado tener… En fin, ¿no crees que cualquiera que haga lo mismo lograría ser autónomo?

⎯Sí, si, pero fíjate que ustedes han tenido éxito y ya tienen sus casas.

⎯Al revés mamá, no haber hecho las cosas que acabo de enumerarte y aún así, tener de manera gratuita la casa con todos sus servicios incluidos, es ser exitoso. Lo difícil es lograr que se mantenga en el tiempo.

⎯Bueno, ya te dije que es una ayuda temporal.

⎯¡¿De verdad crees que haciendo lo mismo vas a lograr que las cosas cambien?!

⎯ Ay, mi amor, creo que debemos salir porque se hará tarde y no llegaremos a misa.

Ángela y Luis, cenaban en la mesa de la cocina cuando Helena regresó de la iglesia. Se asomó para saludar y vio que entre cada bocado manipulaban sus teléfonos celulares sin dirigirse la palabra ni hacer contacto visual. Sonaba como un eco melancólico el ruido que hacían sus teclados al escribir y, de vez en cuando, el que producían los cubiertos sobre los platos.

⎯ ¡Buen provecho! ⎯ se adelantó a decir para captar su atención.

⎯ Gracias ⎯ contestaron, sin levantar sus cabezas.

⎯ ¿Su papá ya cenó?

⎯ No sé, mamá, nosotros acabamos de llegar ⎯ dijo Ángela, que por fin levantaba la cabeza y la veía a los ojos ⎯ ¿Dónde estabas?

⎯En misa, como todos los jueves.

Mientras se dirigía a su habitación sintió con agrado la presencia de la casa. Recordó con emoción que en ella habían nacido sus cuatro hijos y se habían celebrado bautizos, cumpleaños, grados y matrimonios. Iba distraída en sus ensoñaciones cuando su mirada se fijó en la sombra fantasmal que proyectaba la luz amarilla del farol. Reconoció en ella al guayabo y le pareció escuchar de nuevo las palabras de Eloisa.

El tiempo conspiró para que Villa Hermosa y el guayabo sellaran un acuerdo entre ellos; cada tercio de la casa demandó reparaciones sin éxito y el árbol no logró llamar la atención de sus moradores a pesar de reducir paulatinamente su floración.

Helena y su esposo, avejentados, seguían cubriendo con mucha dificultad los triplicados gastos de la casa y se mostraban resignados ante las quejas de los demás que atribuía a la mala suerte su destino. Eran frecuentes los comentarios, un poco exagerados, sobre el éxito y la buena fortuna lograda por sus hermanos y, entrelíneas dejaban colar que eran egoístas por no ayudar con los gastos.

La mirada de Eloisa se posó un largo rato en el guayabo; ya no tenía hojas ni flores y su tronco enjuto permanecía torcido en la misma esquina del patio, ahora ruinoso. Bajó la mirada y dio la vuelta mientras levantaba el brazo para indicarle a los hombres que podían continuar recogiendo los escombros.

17 de octubre 2019

anama@elalmanotienegenero.com

Comentarios

Griselda Ruiz de Carrizo

Excelente narrativa de tu pequeño cuento, saludos.

24.10.2019 13:54

Comentarios recientes

05.11 | 18:28

Buenas tardes, encantado de saludarte. Soy Jose
Quería escribirte porque me ha parecido interesante comentar contigo la posibilidad de que tu negocio aparezca cada mes en periódicos digitales como not

20.10 | 16:28

Un besote amiga!

20.10 | 08:04

Cómo describes a “tu Mimina” me transporta a esa pared para recordar a la mía, a quien adore, con la única diferencia que yo no pude separarme del muro.
Bello y emotivo relato.

06.10 | 21:22

Mi querida Venusita, muchas gracias por leerlo y escribirme. Muchos cariños 😘

Compartir esta página

unsplash