Números, tiempo y lateralidad

Haz lo que amas y hazlo con frecuencia...

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Puestas así las ideas, decidí comenzar con algunas experiencias pasadas, que, tengo la presunción marcaron ciertos comportamientos y decisiones cuyas consecuencias quizás aún ejerzan influencia en mi vida.

Desordenadamente vienen a mi memoria recuerdos como el de la rebeldía inexplicable para memorizar la tabla de multiplicar a pesar del esfuerzo que la maestra realizó para convencerme que fracasaría irremediablemente en la vida si no dejaba de sumar hasta el infinito. No era nada eficiente sumar 8 veces 8 si podía aprender de memoria que 8 x 8 da 64, pero yo veía las cosas diferente, me parecía más tangible y seguro sumar con los dedos que aprender de memoria unas tablas impresas en papel multígrafo cuya decoración prolífica en números y símbolos se me asemejaba a una enfermedad eruptiva.

Ese rechazo a la tecnología de la época me permitía asumir con cierto placer los castigos que me imponía la maestra por no aprenderlas de memoria, traducidos en muchos días sin disfrutar la hora del recreo. Así, debía quedarme en el aula participando en un juego cuyo desarrollo consistía en mantenerse de pie sobre un cartón que indicaba el inicio de un camino simulado por otros cartones con un mejorado diseño de las operaciones de multiplicar y cuyo final era la entrada a un castillo, meta que sólo era posible de alcanzar si se recitaban correctamente los resultados de las operaciones impresas en los cartones, ya que, de errar en alguna operación, se debía iniciar el trayecto. Creo que allí se originó mi especial atracción por los deportes aeróbicos y una temprana animadversión a la época medieval que más adelante cuando estudié Historia Universal, justifiqué ampliamente.

Revisé con interés el problema, me daba cuenta que no eran desconocidos todos los resultados, de hecho me había aprendido rápidamente las primeras cinco tablas y dominaba la del nueve al tener resultados compuestos por la misma secuencia numérica en forma ascendente y descendente, así, el problema quedaba reducido a nueve resultados que estaban comprendidos entre las tablas del seis y el ocho, sin embargo, parece que mi inconsciente no quería ceder ante Carmen, la maestra de matemáticas de cuarto grado, cuya mirada amenazante me llegó a intrigar más que resolver el problema. Creo que así como descubrí lo simple que era volver a disfrutar la hora del recreo prefería compartir con ella aquel castigo mutuo en la intimidad del aula. Pero muy pronto se resolvió sin que yo hiciera nada distinto: Carmen renunció al colegio justo antes de terminar el año escolar y yo volví a disfrutar del recreo.

Hubo, sin embargo un par de trabas más, una de ellas tomó varios años en resolverse, pero la otra, como siempre hay excepciones, quedó grabada en mi vida como un tatuaje en el cuerpo. Abordaré primero el asunto superado: la lectura del reloj de agujas. La verdad es que de niña no profundizaba en el tema de la temporalidad de la vida, es más, no recuerdo haber tenido conciencia de la temporalidad en sí misma, por ello es que el reloj como indicador del tiempo transcurrido no me interesaba en lo absoluto y jamás hubiese imaginado que el aprendizaje de su lectura fuese una actividad en la cual se perdiera tiempo.

Aquel enorme reloj colgado en la pared del aula al cual la maestra le cambiaba la posición de las agujas indicándonos que la más larga señalaba los minutos y la más corta las horas me resultaba ilógico de entrada porque las horas son más largas que los minutos, así, en su estreno, la maestra violentaba la relación esperada entre el tamaño de las agujas y el tiempo que representaban. Luego, sin ninguna consideración repetía las diferentes posiciones de las agujas y el cómo debíamos leerlas: ¨de esta forma las agujas indican que son las doce y media, de esta otra indican que faltan veinte minutos para las diez y de esta indican que son las once y cuarenta minutos¨...en fin, la confusión con la lectura del reloj se me producía por esa falta de norma que permite leer la misma hora de distinta forma, así es que dudaba al decir ¨faltan veinte minutos para las diez¨ya que hacía referencia a una hora futura que aparentemente por estar tan cerca era absolutamente segura o sí lo correcto era decir ¨son las nueve y cuarenta minutos¨.

Después de revisar las argumentaciones creo que la única respuesta es que no me interesaba la lectura del reloj porque no le encontraba utilidad, ni siquiera conocía con exactitud la hora de entrada y salida del colegio y menos aún aquellas que correspondían a los recreos ya que todo lo resolvía un timbre. También observé más adelante que la hora de clase difiere de la hora convencional en unos minutos resultando que, por ejemplo, la hora del primer recreo era a las nueve y diecisiete minutos. Mi casa quedaba muy cerca del colegio por lo que me despertaba con el primer timbre que sólo servía para advertir que luego vendría el segundo y último que anunciaba el cierre de las puertas, así es que entre uno y otro me levantaba, lavaba, desayunaba y uniformaba, logrando llegar antes del cierre de las puertas y luego la formación en el patio central, el canto del himno nacional y la izada de la bandera. Todo se producía de manera regular y sistemática al igual que los timbres refrescantes que anunciaban los recreos y la salida del turno de la mañana y de la tarde. ¿Para qué me servía conocer las horas a las cuales sucedían tales eventos?.

El regreso a casa, el tiempo dedicado a las tareas y la llegada de la noche parecían no requerir tampoco de ningún control horario ya que eran eventos diarios que se producían de manera cierta y segura. Recuerdo que la programación infantil de la TV coincidía con el fin de las tareas, parecía magia porque de la mesa, una vez recogidos los útiles y materiales escolares, me pasaba a la sala y allí estaban los programas en la TV exactamente igual cada día. De su recurrencia sentía un enamoramiento por Meteoro y los personajes masculinos de Perdidos en el Espacio, excepto por el cobarde y estúpido Dr Smith que generalmente me llenaba de indignación, también me gustaban Los Picapiedras, Los Supersónicos, Los Locos Adams...conocía el día de la semana que tocaba cada uno, y, al terminarse la programación ya era hora de cenar y dormir. Todas esas acciones las ejecutaba por instrucción de mi madre sin que fuese necesario revisar la hora a la cual estaban sucediéndose.

Sin embargo, mucho más adelante cuando le pedía a mi hijo aún en edad escolar que fuese a su habitación a dormir, me respondía que todavía era muy temprano y estuve tentada a pensar que antes había una confabulación entre los adultos para lograr que sus hijos estuviesen ajenos a los temas horarios. Terminé la primaria y con ello tuve que cambiar de colegio, éste se encontraba más lejos y no se escuchaban los timbres, pero, ya la modernidad había resuelto el problema con los relojes eléctricos que tenían programada la hora a la cual sonaría la alarma...quizás el inicio de las fiestas de graduación en los últimos años del bachillerato me habrían exigido un poco de interés en la medición del tiempo de no haber sido porque la duración de la diversión estaba predeterminada, así es que al tener la certeza de que llegaría a la fiesta y me iría en un momento que no guardaba ninguna relación con el desarrollo de los acontecimientos era un verdadero desestimulo para estar alerta frente al reloj. Daba lo mismo la hora que marcara el reloj si de todas formas la llegada de mi papá indicaba que la fiesta había terminado, así acabara de empezar a tornarse divertida.

Se produjo sin embargo un evento trascendente: el ascenso a la mayoría de edad de mi hermana y sus amigos que significó que el transporte paterno había llegado a su final para dar paso a los nuevos conductores. Tal crecimiento aparentemente repentino e inesperado de mi hermana y sus amigos, requirió de una intervención mediadora y concertadora de mi madre a efectos de que el abandono de la actividad automotriz por parte de mi padre no fuese traumático, y lo logró, incorporándome en la historia como una condición, así, mi hermana podría salir a pasear con sus amigos sólo si yo la acompañaba.

La responsabilidad de informar que se había cumplido la hora de regresar a casa fue mi primera incursión en la adultez y aunque directamente vinculada al tiempo estuvo marcada por el advenimiento de los relojes digitales, más seguros para estos casos ya que sus números brillantes aseguraban perfecta visibilidad en lugares oscuros. Me convertí entonces en la sombra nocturna de mi hermana, papel que por su natural surrealismo resultó al principio antipático pero así como nos acostumbramos a las rutinas, yo llegué a formar parte de esa al punto que continué participando cuando ya los permisos no estaban condicionados a mi presencia. Pero al terminar el colegio y empezar a trabajar descubrí dos cosas, una, que necesitaba comprar y aprender a leer un reloj de muñeca, lo cual fue sencillo de resolver, y otra que había tomado una terrible decisión porque el trabajar y el ser se convirtieron en un mismo verbo y hasta hoy están felizmente casados a pesar de mis intrigas e intentos de separarlos.

La segunda traba referida, fue el manejo automático del concepto de derecha e izquierda, que, por alguna razón se traspapelaba en algún lugar de mi conciencia. Desconozco el inicio de semejante fenómeno pero sin duda tuvo relación con ese momento de la infancia en la que preguntan en el colegio -me imagino que con motivo de la introducción a la escritura- si eres zurdo o derecho. Esa pregunta captó toda mi atención.

Observaba durante días a mi compañera de clases llamada Zoraima, que, hasta ese día, cuando la maestra observó que era zurda, me había parecido totalmente igual a los demás, incluyéndome. Rápidamente me di cuenta por simple observación que los niños que formaban parte del equipo de los zurdos eran pocos, por ello me interesé aún más en el asunto, no entendía porqué debían escribir con el brazo en el aire ya que el apoyo del pupitre estaba del otro lado, justo del lado que yo y mi enorme equipo de derechos podíamos apoyar los nuestros. Me incomodaba que la maestra no hiciera pausas en los dictados porque a mi normal cansancio debía agregarle el ingrediente de la falta de apoyo que tenían los del equipo de Zoraima, así que sólo para confirmarlo volteaba con frecuencia y la observaba notando que escribía sin prestarle mayor atención a la caligrafía, y, luego, cuando en una oportunidad le pedí prestado el cuaderno descubrí que tampoco podía mantenerlo limpio al verse obligada a pasar la mano sobre lo ya escrito dejando la sombra del grafito del lápiz sobre todo el texto.

Más adelante aunque la utilidad y necesidad de diferenciar automáticamente los lados me exigió concentración, no logré superarlo totalmente y todavía hoy, de vez en cuando me refiero a la derecha mientras señalo con el dedo la izquierda y viceversa, razón por la cual no es nada alentador encontrarme en condición de piloto en sitios desconocidos ya que, a pesar de los planos y especificaciones de la dirección, es normal que se produzca algún lapsus. Acá parecen converger los temas de la hora y los lados, pero supongo que así como sucedió con el reloj eléctrico, a futuro habrá un copiloto automático.

Esa dislexia mental con la izquierda y la derecha molestaba mucho a mi hermana ya que habiéndose iniciado primero en el manejo y acostumbrada como estaba a mi compañía, solía confiarme el papel de copiloto dada la seguridad que yo le imprimía a todo lo que hacía. Algunas veces ya cansada de dar vueltas y observando similitudes en el paisaje varias veces recorrido, terminaba por comprender que estábamos perdidas y me reclamaba esa antipática seguridad con la cual le señalaba el camino a pesar de no tener idea hacia dónde íbamos. Creo sin embargo que el hecho de llegar siempre al destino deseado permitía que se olvidara del problema y reincidiera en otorgarme el papel de copiloto. Diría que el amor entre nosotras creció mucho en esa época debido a la cantidad de tiempo que pasábamos juntas dando vueltas en el carro con nuestra única compañía, ya sin tema, primero contentas, luego molestas, pero siempre juntas.

Reconocía entonces que diferenciar los lados con su nombre era un concepto de interés porque más allá del tema de ubicación espacial aún pendiente de resolver, en nuestra anatomía hay elementos importantísimos a considerar ya que la aparente simetría externa no la es en absoluto internamente. Así, a medida que avanzaba en los estudios de biología, reconocía que de querer por ejemplo estudiar medicina y conservar el desliz entre la izquierda y la derecha podría terminar causando muchas cicatrices innecesarias.

También surgió un nuevo elemento que de nuevo avivó el interés en el tema de la lateralidad: el cerebro, ese órgano que significa una masa de un kilo trescientos gramos aproximados y cuya apariencia se asemeja a una nuez, también tiene dos lados en apariencia iguales al observarlos, pero muy bien diferenciados en sus funciones. Eso confirma que las apariencias engañan. El cerebro era un cangrejo de tal eficiencia que aunque no se comprende a ciencia cierta es capaz de permitirme desarrollar estos temas incluyendo el estado de conciencia de mi misma y la temporalidad de la vida, lo cual ya es bastante serio, pero, más serio aún es que siendo el origen de la conciencia del sujeto permita que éste lo convierta en objeto de estudio. La conclusión es que resulta sospechoso de casi todo y no hay pistas suficientes para inculparlo en prácticamente nada.

Creía que había encontrado el punto de convergencia entre las manos y el cerebro ya que los estudios explican que el hemisferio cerebral dominante en una persona se suele ocupar del lenguaje y las operaciones lógicas y el otro hemisferio de las emociones y capacidades artísticas y espaciales, pero enseguida descubrí que en casi todas las personas diestras y en muchas zurdas el hemisferio dominante es el izquierdo, ¿porqué nuevamente la falta de norma?, ¿porqué tenían que cruzarse las funciones sin mantener además una simetría con el uso de una mano u otra?, de esa manera era imposible a simple vista saber cuál es mi lado dominante...la resistencia que yo le imprimía a algunos procesos de aprendizaje estaba vinculada a la falta de respuestas, pero con los años me he dado cuenta que es una característica personal el tratar de conseguirle una razón a todo.

Comentarios recientes

05.11 | 18:28

Buenas tardes, encantado de saludarte. Soy Jose
Quería escribirte porque me ha parecido interesante comentar contigo la posibilidad de que tu negocio aparezca cada mes en periódicos digitales como not

20.10 | 16:28

Un besote amiga!

20.10 | 08:04

Cómo describes a “tu Mimina” me transporta a esa pared para recordar a la mía, a quien adore, con la única diferencia que yo no pude separarme del muro.
Bello y emotivo relato.

06.10 | 21:22

Mi querida Venusita, muchas gracias por leerlo y escribirme. Muchos cariños 😘

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